viernes, 26 de marzo de 2010

Una reunión con Juana María Villa y Ana María Zapata

Por Manuel Peñafiel
La Jornada

Durante la filmación de mi documental Los últimos zapatistas, héroes olvidados conocí a doña Ana María Zapata Portillo, reconocida oficialmente por el general Emiliano Zapata Salazar como su hija, y quien murió el 28 de febrero pasado, a los 95 años.

En esa ocasión decidí abstenerme de incluirla en la película debido a que quise dar prioridad a los combatientes que acompañaron en su lucha al Caudillo del Sur, aunque nunca abandoné la idea de fotografiarla más adelante.

Esto fue posible durante las últimas semanas de filmación de mi segunda película, Pancho Villa, la Revolución no ha terminado, que trata sobre el movimiento revolucionario encabezado por El Centauro del Norte. Mi idea era entrelazar fílmicamente esta gesta de la frontera norte con la del Ejército Libertador del Sur.

Así, gracias a la cordialidad de doña Ana María Zapata y a la afabilidad de doña Juana María Villa, hija del revolucionario duranguense, logré unir a estas dos singulares mujeres y con sus fotografías tender un puente visual entre dos tiempos históricos, para evidenciar la hermandad de principios que vinculó a las dos figuras más prominentes de la Revolución Mexicana: Emiliano Zapata y Francisco Villa.

Esta memorable sesión ocurrió el 14 de enero de 2006, cuando se pudo organizar una reunión entre las descendientes de ambos generales revolucionarios, en la casa del hijo de doña Ana María, Manuel Manrique Zapata, y de su esposa, Raquel, en la ciudad de Cuautla, Morelos.

Doña Juana María Villa arribó a la ciudad morelense luego de dos horas de viaje, con las mejillas encendidas por el calor: venía desde la colonia Lindavista, al norte del Distrito Federal.

Cuando Angelita, su comadre y dama de compañía, abrió la puerta del automóvil, doña Juana María tuvo gran dificultad para descender del vehículo, y entonces fue conmovedor ver cómo doña Ana María Zapata, de edad similar, se aprestó a ayudarla.

Tener frente a mi cámara a las hijas de Francisco Villa y Emiliano Zapata era un acontecimiento único, ya que, como expresé líneas arriba, mi propósito era documentar precisamente la armonía que se dio entre ambas mujeres, como una suerte de metáfora de lo que ambos revolucionarios representaron en la vida de nuestro país y la hermandad de los ideales populares de la Revolución.

No recuerdo cuántas fotografías les tomé ese día ni la cantidad de minutos que utilicé para videograbarlas, en un testimonio en el que ambas relataron muchos pasajes de sus vidas. No obstante, las imágenes que había captado sólo mostraban a dos mujeres mayores, y como a mi juicio las fotografías deben hablar por sí mismas, necesitaba algún elemento que evidenciara claramente quiénes habían sido sus progenitores.

Así, se me ocurrió darles una reproducción de la célebre fotografía tomada en noviembre de 1914 en Palacio Nacional, en la que Francisco Villa aparece sentado en la silla presidencial y a su lado está Emiliano Zapata. Cuando doña Ana María Zapata vio esa fotografía histórica sus ojos centellaron, y con una sonrisa le dijo a doña Juana María Villa: “¡Mira hermana, aquí están juntos nuestros papacitos!”

Después de captar la imagen de ambas sujetando el retrato de sus padres, me di cuenta de que dicha foto contenía lo que deseaba mostrar: que a pesar de haber estado separados por miles de kilómetros, Emiliano Zapata y Francisco Villa estaban cerca uno del otro; esto mismo lo evidenciaban sus hijas, quienes también se sentían íntimamente unidas por lazos más fuertes que el tiempo y la distancia.

Ya más relajados, luego de la sesión de fotos y video, charlé con ellas. Doña Ana María se mostró entusiasmada cuando le enseñé mi libro titulado Emiliano Zapata, un valiente que escribió historia con su propia sangre. Al ver la fotografía de la portada, en la que aparecen los pies del soldado zapatista Marcelino Anrubio, suspiró y me dijo: “Mi padre usaba botines charros para cabalgar, pero cuando trabajaba en la parcela acostumbraba usar unos huaraches parecidos a éstos, que aquí en Morelos les llamamos de tres tiras de cuero”.

Doña Ana María hojeaba pausadamente el libro, tratando de reconocer los rostros de aquellos que habían peleado al lado de su padre, se detenía por unos momentos ante algún retrato y en voz muy baja decía: “A este señor lo conozco, pero los años nos han cambiado, ahora todos estamos decrépitos, igual que los ideales jamás cumplidos de mi padre, traicionados por la corrupción. Los que vivimos la Revolución envejecimos escuchando falsas promesas de presidentes y gobernantes”.

Cuando llegó hacia el final del libro, donde describo la muerte del general Zapata, doña Ana María me pidió: “Hágame el favor de leerme lo que escribió acerca de la forma ruin y traicionera en que asesinaron a mi padre, si yo lo hago me pongo a llorar ahorita mismo, no tanto de tristeza como de rabia”.

Entonces comencé a leer: “Jesús Guajardo, quien ya había recibido órdenes de Venustiano Carranza para cometer el homicidio, instruyó al regimiento que aguardaba a Emiliano Zapata aquel día en la hacienda de Chinameca, los mercenarios federales parecían preparados para rendir la salutación correspondiente al rango del visitante. El clarín tocó tres veces llamada de honor y al apagarse la última nota, los milicianos que presentaban armas al general revolucionario le descargaron dos veces sus fusiles a quemarropa. La vileza se abatió sobre aquel gallardo jinete derribándolo bajo cobarde granizo de metal disparado a mansalva. Las inmundas balas rasgaron la piel del Caudillo del Sur, violando sus fornidos músculos. El plomo caliente se abrió paso entre vísceras y arterias, al derrumbarse aquel hombre bravío sobre la burda tierra, sintió que a su cuerpo lo anegaba una laguna muda y carmesí.

“El cerebro de aquel combatiente se negaba a aceptar lo que le estaba ocurriendo, lo habían traicionado, así suciamente, como se cometen las perfidias incubadas en los albañales del gobierno. Por un quebrado instante pensó en sus padres, y en su propia familia, sus recuerdos estaban hinchados de pobreza. Creyó estar delirando, cabalgando libre sin ataduras, pero esa borrosa alucinación se fragmentó febrilmente, aquel incorruptible ser humano inútilmente trató de aferrarse a la vida, su encomienda no había terminado, sus paisanos le habían encargado la restauración de su honor y el derecho a rememorar biografías decorosas. Pero aquellas impunes ráfagas lo habían perforado, su existencia se le escapaba volando igual que el pájaro cenzontle a inalcanzable rama.

“Con intuitiva gallardía trató de no sucumbir en aquel pozo que ya se estaba poniendo frío, pero sus manos estaban agarrotadas, no podía asirse de nada, caía hondo hacia el obscuro desfiladero que trae la agonía, sólo la muerte fue capaz de impedir que Emiliano Zapata montara de nuevo su caballo.”

Doña Ana María hizo que detuviera la lectura, sus ojos refulgían cristalinos, sin embargo, no permitió que lágrima alguna escapara de ellos. Entonces me dijo casi en un susurro: “me sorprende lo que me acaba de leer, parecería que usted estuvo ahí”, no dijo más y estrechó mi mano para despedirse, no sin antes agradecerme por haber narrado en mi libro a la gente la valerosa honestidad de su padre...

Como siempre me sucede cuando una emoción intensa me abruma, mis pensamientos se atropellan y soy incapaz de articular mis ideas, pero al escuchar esas palabras de doña Ana María Zapata, me sobrepuse para responderle: “No tiene nada que agradecer, yo soy el que debo darle las gracias por el privilegio de poder convivir con los últimos zapatistas, porque soy solamente un fotógrafo disparando contra del olvido”.

http://www.jornada.unam.mx/2010/03/23/index.php?section=opinion&article=a10a1esp

lunes, 1 de marzo de 2010

Biografía de Ana María Zapata Portillo. Por Valentín López González

Nació en Cuautla, el 22 de junio de 1915, es hija del General Emiliano Zapata Salazar y Petra Portillo. Le tocó vivir los azares del fin de la Revolución y a la edad de 20 años se incorpora a la política, es una de las mujeres fundadoras de la Unión de Mujeres Americanas.

En 1936 se instala el comité de esta unión y Ana María Zapata Portillo forma parte como vocal de esta primera directiva.

El 23 de septiembre de ese mismo año fue comisionada para conmemorar en Atlixco al general Lázaro Cárdenas por parte de la Unión de Mujeres Americanas.

El 1º. de septiembre de 1936 Ana María Zapata Salazar es una de las mujeres que firman la petición al general Lázaro Cárdenas y al Senado de la República para solicitar la igualdad de derechos para las mujeres.

Ese mismo año, en honor de su tía María de Jesús Zapata, hermana del caudillo, hicieron gestiones para que a la mujer se le concediera el derecho al voto.

En 1937 en la ciudad de Cuernavaca, se fundó la Liga de Comunidades Agrarias y en la primera directiva de este organismo fue electa Ana María Zapata como secretaria de Acción Femenil.

Más tarde colaboró con la profesora Celia Montaño Félix (hija del general Otilio Montaño), las coronelas María Félix Méndez, Rosa Bobadilla viuda de Casas, así como con la profesora Celia Muñoz Santarreaga, quienes hicieron fuerza dentro del Partido Nacional Revolucionario para que la mujer tuviera derecho al voto.

En el año de 1938 el grupo denominado Mujeres Americanas cambió de nombre por el de Unión de Mujeres Revolucionarias del Estado de Morelos, en tiempos del gobernador Elpidio Perdomo y este grupo celebró en Cuernavaca una Convención de Mujeres el 8 de agosto de 1938, el tema de esta reunión fue Los Derechos de la Mujer Mexicana.

En esta convención se pidió la derogación del artículo 37 de la Ley Electoral de Poderes Federales por ser violatorio a los derechos de la mujer.

En 1940 fue nombrada presidenta de Acción Femenil en la campaña del estado de Morelos para sostener como candidato al general Manuel Avila Camacho en su candidatura a la Presidencia de la República.

Ana María Zapata ha sido una luchadora por los derechos de la mujer, en 1942 en la ciudad de Cuautla, fundó un taller de costura para capacitar a las mujeres de condición humilde, esta acción fue patrocinada por las mujeres revolucionarias.

El 10 de abril de 1949 le tocó dar la bienvenida al licenciado Miguel Alemán Valdés en su visita que, como Presidente de la República hizo al estado de Morelos.

En 1952 fue comisionada para dar la bienvenida al candidato a la Presidencia de la República al señor don Adolfo Ruiz Cortines y ese mismo día le entregó la petición de las mujeres de Morelos, para que se les otorgara el voto a las mujeres.

Ese mismo año participó activamente en la campaña política del candidato al gobierno del estado, general Rodolfo López de Nava.

Posteriormente fue comisionada por la CNC para entregar títulos agrarios en la comunidad de Tenextepango.

En agosto de 1953, fue delegada al Concurso Nacional de la Mujer, celebrado en la ciudad de México.

El 10 de abril de 1955 en la ciudad de Cuautla, en el homenaje a su padre el general Emiliano Zapata, fue condecorada por el representante del Presidente de la República señor don Cástulo Ruiz Villaseñor.

En enero de 1957 fue delegada efectiva por el estado de Morelos al Sexto Congreso Nacional Ordinario de la CNC, ese mismo año también fue delegada a la Convención del partido y luchó para que se diera ayuda económica a las viudas de los revolucionarios.

El 8 de febrero de 1958 fue delegada efectiva a la Asamblea Política Estatal de la CNOP.

En el trienio 1958-1960 fue síndico procurador del ayuntamiento de Cuautla.

En 1960 fue directora de Acción Femenil del Comité Ejecutivo Regional del PRI.

Durante los años de 1958-1961 fungió como diputada federal por el estado de Morelos en el Congreso de la Unión. Fue la primera mujer electa diputada federal de ese estado.

Falleció el 28 de febrero de 2010 en la ciudad de Cuautla, donde fue enterrada al día siguiente en el Panteón Municipal.

Fuente:

Valentín López González. La Mujer Morelense en la Política. Tomo I. Edición del autor. Cuernavaca, México, 1995. Páginas 27 y 28.